Lieutenant Infinity and Sergeant Lith are interrogating this American spy. When he refuses to confess, they take him out of his cell to kick him in the testicles in an attempt to make him talk. The verbal humiliation and p*in are so intense that he eventually reveals the names of other infiltrators in the Russian army.

Infinity, in her fitted uniform that accentuates her slender figure, approaches the spy, who is tied to a metal chair. Her icy bl*e eyes show no mercy, and her smooth, calculating voice.

—You have no idea what we’re capable of to make you talk —she whispers, sending a shiver down the prisoner’s spine.

Lith, for her part, is the embodiment of cr*elty. Her smile is seductive, but there’s a glint in her eyes that reveals her desire to cause p*in. She leans over him, relishing his vulnerability.

—Your silence comes at a price —she says with a mocking tone, before landing a kick on his b*lls. The spy doubles over, stifling a groan. Lith laughs, pleased, while Infinity watches with a satisfied expression.

Each bl*w he receives is like a game for them, a dance between seduction and t*rments. The spy, although he tries to maintain his resistance, feels his determination crumbling.

—Give me a name, and maybe we’ll leave you alone —Infinity threatens, moving even closer, her warm breath against his face. The mix of fear and p*in in his eyes only fuels her desire for control.

The spy swallows hard, his mind racing for an escape, but the words stick in his throat. Lith grows impatient, delivering a kick that leaves him breathless.

—Speak, or this will only get worse —she warns, her tone making it clear she’s not joking.

With each passing second, the spy realizes he’s trapped in a cycle of p*in and humiliation. The attraction he feels toward his capturers turns to revulsion, and the idea of betraying his allies weighs heavily on him. However, when the pressure becomes unbearable, his resistance breaks, and he starts to spill names, one after another, as his captors smile, satisfied with the triumph of their wickedness.

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La teniente rusa Infinity y la sargento Lith interrogan a este espía estadounidense. Como no confiesa, lo sacan de su celda para patearle los testículos a fin de hacerle hablar. La humillación verbal y el dolor step-son tan intensos que acaba dando los nombres de otros infiltrados en el ejército ruso.

Infinity, con su uniforme ceñido que acentúa su figura esbelta, se acerca al espía, quien está atado a una silla metálica. Sus ojos, de un azul helado, no muestran piedad, y su voz suave y calculadora corta como un cuchillo.

—No tienes idea de lo que estamos dispuestas a hacer para que hables —le susurra, mientras un escalofrío recorre la espalda del prisionero.

Lith, por su parte, es la encarnación de la crueldad. Su sonrisa es seductora, pero hay un brillo en sus ojos que delata su deseo de causar dolor. Se inclina sobre él, disfrutando de su vulnerabilidad.

—Tu silencio tiene un precio —murmura con tono burlón, antes de asestarle un golpe en el estómago. El espía se arquea, ahogando un gemido. Lith se ríe, complacida, mientras Infinity observa con una expresión de satisfacción.

Cada golpe que recibe es como un juego para ellas, un baile entre la seducción y la tortura. El espía, aunque intenta mantener su resistencia, siente cómo su determinación se desmorona.

—Dame un nombre, y tal vez te dejemos en paz —amenaza Infinity, acercándose aún más, su aliento cálido contra su rostro. La mezcla de temor y dolor en sus ojos solo alimenta su sed de control.

El espía traga saliva, su mente corre en busca de una salida, pero las palabras se atascan en su garganta. Lith se impacienta, asestando una patada que lo deja sin aliento.

—Habla, o esto solo se volverá peor —advierte, y el tono de su voz es un claro indicio de que no está bromeando.

Con cada segundo que pasa, el espía se da cuenta de que está atrapado en un ciclo de dolor y humillación. La atracción que siente hacia sus torturadoras se convierte en repulsión, y la idea de traicionar a sus aliados pesa sobre él como una losa. Sin embargo, cuando la presión se vuelve insoportable, su resistencia se quiebra, y empieza a soltar nombres, uno tras otro, mientras sus captores sonríen, satisfechas por el triunfo de su maldad.

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